Al inicio de la vida de cada uno, experimentamos lo que convencionalmente conocemos como la infancia. Durante estos primeros años nos adentramos en un nuevo mundo que vamos gradualmente absorbiendo día a día, comúnmente alrededor de nuestras figuras paternas y demás familiares. El ambiente en el que nos desarrollamos establece nuestros primeros conocimientos sobre como relacionarnos con los demás y, por ende, impacta en nuestro consciente. Este propio y retirado espacio primario se conoce como la familia. Originalmente, el término “familia” se remonta desde mediados de la edad media, siglo XIV, se usaba para referirse a la línea hereditaria y no tanto a la unión conyugal. Este modelo de familia medieval, que consistía más en la interacción de todos dentro de una comunidad, se fue descentralizándose de esta para subdividirse en pequeñas sociedades. La familia nuclear patriarcal como unidad primaria en la sociedad.
Previa a la ideología de la infancia y adolescencia, el niño no era muy diferente de los adultos, era tratado como el futuro adulto que se iba a volver. La transición de niñez a adultez era significativamente más corta. Todos los niños eran siervos, constituía como su etapa de aprendizaje hacia la adultez. Inclusive en el caso de Francia el acto de servir la mesa nunca se vio como una actividad inferior, pues todos los niños en la aristocracia lo practicaban comúnmente al ser niños. El objetivo era preparar al niño cuanto antes para la vida adulta.
A medida que las clases sociales se hicieron más estancas, se pasó a considerar este vínculo de intimidad—la infancia—como fuente de corrupción moral de los niños de clases medias y altas. Terminado el siglo XIV y gracias a la formación de la burguesía, la infancia se desarrolló como concepto anexo a la familia moderna. Para el siglo XVII este concepto ya era comúnmente aceptado. Esto fue muy evidente con la vestimenta, las familias acomodadas arropaban a sus infantes de acuerdo a esta distinción (los trajes característicos de marinero). El niño que se preparaba para la adultez no solamente tenia ahora designado su propio “nivel” en respecto a la edad adulta, sino que lo mantenía adherido a ciertos estándares que lo mantienen a merced de sus superiores.
La etapa de la niñez como la adaptación de un individuo en un entorno totalmente desconocido lo coloca en una posición de subordinado desde un principio, pero en el momento que se empieza a hablar de la inocencia infantil y su cercanía a Dios, empieza a cobrar cierto paralelismo con la subordinación femenina; su condición de inferioridad quedaba disimulada bajo un artificial ‘respeto’. En una cultura de gente alienada, la creencia de que todos hemos gozado por lo menos de un periodo de nuestra vida libre de preocupaciones y de la servidumbre del trabajo, es difícil de exterminar.