La magia es uno de los elementos más importantes que conforman mi ser, ya que determina mi personalidad, mi percepción de las cosas, mis emociones y mi trabajo como artista. Pero a pesar de su relevancia, la he negado durante muchos años; no permití conscientemente su armonía con la parte más lógica y filosófica de mi persona porque me generaba incomodidad y rechazo. Esta negación representa una historia personal sobre las consecuencias negativas de no aceptar mi propia naturaleza (mágica, por herencia), porque no ha hecho más que provocarme malestares físicos y emocionales, y entorpecer mi trabajo artístico, eludiendo sus últimas y más honestas posibilidades y alcances.
Ahora (2020), retomando una comunión con la magia, a partir de ideas del escritor y mago Alan Moore, y de mi propia madre (quien es una bruja ecléctica, como ella se describe), decido entender el lenguaje y el dibujo como manifestaciones mágicas, así como iniciar un rastreo, una exégesis de la magia que me hace brujo, y estudiar el origen mágico de mis trabajos de narrativa gráfica, precisamente a través de ella y las palabras, la literatura gráfica entendida como un lugar de pensamiento mágico, donde no debe existir una separación entre mi oficio de brujo con el de artista, escritor, dibujante.
Orcurio es mi nombre de brujo; también lo he elegido para nombrar mi magia, para controlarla, o al menos tenerla cerca. Ese nombre se presentó hace tiempo; ha venido del azar y designa lo que yo quiero que signifique, porque como palabra escrita, runa, dibujo, es signo, y esa es una de mis herramientas de brujo dibujante, que quizás me permita asegurar que la magia del lenguaje radica en su propia multiformidad, esas muchas magias por conocer y reconocer.