El paisaje subconsciente

Otra reflexión del 2018

Tomado de “Teoría y paisaje”

En “paisaje y comunicación” el autor, Joan Nogué, nos habla sobre el paisaje apoyándose en sus conocimientos sobre geografía y relacionándolo con la comunicación. Además menciona que las “geografías emocionales” (el apego de las personas por un lugar) están comenzando a ser importantes de nuevo; esto se debe a las preocupaciones actuales sobre el medio ambiente, la expansión de la ciudad, la rápida transformación de los alrededores y la lenta adaptación que tienen las personas frente a ella, sumándole el hecho de la identificación que el ser humano ha sentido desde hace mucho tiempo con ciertas porciones de territorio.

Aunque es verdad que ahora somos una cultura globalizada, no dejamos de ser territoriales y prueba de ello es que aún hay guerras por porciones de tierra. Mas esto es uno de los factores que ayudan a que el paisaje siga existiendo, pues según el autor su definición es la siguiente:

“El paisaje es una porción de la superficie terrestre que ha sido modelada, percibida e interiorizada a lo largo de décadas o siglos por las sociedades que viven en ése entorno. Está lleno de lugares que encarnan la experiencia y aspiraciones de la gente; son lugares que se convierten en centros de significado, en símbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones varias”.

En otras palabras es una construcción de la sociedad y su cultura, que no puede concebirse sin uno o varios observadores que le atribuyan una identidad, por lo tanto, es lógico que evolucione la manera de apreciarlo según lo haga la mentalidad de sus espectadores. En realidad, actualmente el paisaje ya no se define únicamente como algo visual, sino que puede incluir lo olfativo, táctil, gustativo y sonoro.

Con todo esto dicho me doy la libertad de pensar en el paisaje como algo que se percibe de una manera subjetiva, así como también reconozco las influencias de la publicidad que también son mencionadas por Nogué.

Él afirma que ésta ha estado aprovechándose del valor sentimental del paisaje para aumentar las ventas de productos e incluso del paisaje mismo como lugar turístico, a tal punto que nos es demasiado fácil toparnos con imágenes de lugares con solo abrir los ojos; sin embargo resultan engañosas, generalizadas y estereotipadas, afectando la manera en la que vemos la realidad, pues cuando ponemos nuestros pies en lo que verdaderamente son aquellas tierras lo hacemos esperando encontrar lo que aquella publicidad nos ha enseñado. Así es como terminamos creando paisajes imaginarios apoyados por los medios de comunicación que llegan a ser muy distantes de los verdaderos.

Me encuentro de acuerdo con el escrito hasta que llego a una parte específica donde se clama que el paisaje únicamente puede ser algo físico, cuando el mismo texto menciona la existencia de éste otro tipo de paisaje mental que cumple igualmente con las características dadas en la definición y que al geógrafo le llega a resultar conflictivo.

Parece no estar de acuerdo con la existencia de éste tipo de paisajes, puesto que al final de su ensayo opina sobre la importancia de no dejar que el paisaje real sea manipulado y banalizado como resultado de las imágenes mentales que la publicidad nos deja.

Pero la promoción de un lugar ha existido desde tiempos muy antiguos aunque fuera de manera oral y ha propiciado la migración de personas a esos lugares, el desarrollo de la comercialización de productos de esas regiones que más tarde se convirtió en la industrialización y el turismo, resultando en esa serie de transformaciones que permiten que el paisaje siga existiendo, se combine con otros y las geografías emocionales continúen creciendo.

Si seguimos los puntos que se dan en el ensayo de Nogué como normas para la concepción de un paisaje, la publicidad termina siendo indispensable para que pueda surgir, pues un lugar que no se conoce no puede ser percibido (observado) y por lo tanto no existiría.

Digamos, para dar un ejemplo, que una persona se topara con un sitio desconocido y no hiciera público su descubrimiento; según esto la existencia de ése paisaje dependería del tiempo que disponga la del individuo; pero siendo así me surgen varias cuestiones, entre ellas: Si el individuo parte del sitio y éste último cambia por acción natural y no humana, ¿ya no se le considera paisaje? Y aún más, entonces el hecho de que el paisaje recordado por aquella persona difiera ahora de la realidad ¿convierte el anterior en una falsedad? Por lo tanto si en algún momento decidiera dar a saber el descubrimiento sobre el lugar y aquel nuevo conocedor fuera a explorarlo, lo haría con la mentalidad de encontrarse no con algo nuevo tal cual, sino con aquello que le contaron.

Después de reflexionar, ahora parece más correcto pensar que para evitar que un paisaje se vuelva banal, como tanto teme el autor, es necesario que se vuelva algo público o peor, para que no sea manipulable al volverse público sea necesario volverlo banal, porque esa sería la única manera de evitar la contaminación humana (y no hablo únicamente de la basura física, sino también de la mental) que nos evitan percibir el mundo tal y como es.

Pero seamos realistas, los seres humanos necesitamos comunicación, es inevitable tomar las ideas de otros como propias y crear patrones de conducta que nos obliguen a relacionar lo que estamos viviendo con lo que ya hemos vivido y lo que otras personas han vivido (“viendo esto me acuerdo de mi mamá/abuela/hermano”, “éste lugar me recuerda a una historia de mi papá/amigo”, “mi abuelo me contaba que cuando venía aquí…”), la única manera que había de encontrar un lugar limpio de otras percepciones humanas la encontraron los dadaístas al vagar por las ciudades en busca de espacios que todos ignoraran, pero ahora también gracias a ellos esa oportunidad se ha desvanecido, pues al vagar en no-busca de un lugar ignorado por el resto recordarán, a cualquiera que los conozca, esa ideología, evitándonos tener  una percepción enteramente nueva.          

Me gustaría afirmar algo como “quizá lo que está mal es la existencia de un paisaje comercial” pero éste existe aprovechándose de esos patrones ya mencionados que nos ligan a nuestra sociedad y sus intereses, así que solo puedo concluir que la publicidad no es enemiga del paisaje, sino una de las características necesarias para su existencia

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