«No soy simplemente ese ser puntiforme localizado en el punto geométrico desde donde la perspectiva es adquirida. Sin duda, en la profundidad de mi ojo, la imagen está pintada. La imagen está en mi ojo. Pero yo, yo estoy en la imagen.”
-J. Lacan
A lo largo del tiempo, el concepto del ojo ha prevalecido como el sujeto central dentro de todo contexto que sea vivo y sensible. Al nacer es el primer instinto que tenemos, el de abrir los ojos para identificar nuestro entorno, esencial para conocer y relacionarnos con el mundo que nos rodea. La luz que nos envuelve a todos nos pone en un mismo plano visible y nos ofrece un terreno común con lo tangible.
Por su definición literal, el órgano ocular, identifica la impresión luminosa de una figura sobre el nervio óptico. De modo análogo, este proceso no se presenta como la excitación subjetiva de ese nervio, sino como la forma objetiva de un objeto situado fuera del ojo. Pero en el acto de ver se proyecta efectivamente luz desde una cosa, el objeto exterior, en otra, el ojo. Al observar, captamos un patrón de luces que nos permite asimilar una cosa material con otra. Es una relación entre cosas físicas que sucede gracias a un intrínseco juego de luces que sucede dentro de la retina del ojo. Lo material se vincula con lo real a través de su visibilidad. En otras palabras, en un primer sentido, todo lo que vemos es aquello que definimos como real, aquello que existe y es perceptible por medio de los sentidos.
Aún más allá de provocar un reconocimiento de patrones que activan una respuesta de placer o repulsión, la función del ojo nos permite proyectar una tercera mirada sobre otro sujeto. Al ver una imagen o un entorno, existe una mirada que recibe y responde a la nuestra. Es éste el ojo de la conciencia, la perspectiva de nuestra propia materialidad desde el punto focal externo. Es decir, un ojo que disecciona el juicio que uno sostiene sobre las cosas, o más bien que nos disecciona a nosotros mismos. La mirada de lo real asomándose a través de lo simbólico e imaginario. Es por eso que el ojo juega un papel muy importante en el horror, pues es la mirada de lo subconsciente. De aquello que no podemos expresar en palabras pero que sin duda está ahí. Intangible pero real.
Nosotros como humanos tenemos acceso a lo simbólico, podemos manipular y moderar la mirada. De acuerdo a nuestra propia concepción de lo convencional o de lo ideal, se propone una nueva forma de observar y ver a través de los ojos de cada individuo. En estos términos, dominar la mirada es la función de la imagen, pero también se puede llevar al otro extremo. El extremo de lo abyecto. En la imagen se presenta una postura visual, pero no solamente se limita a ser un estado inerte o una sola expresión concisa, sino que propone ver aquello que no podemos apreciar por medio de lo simbólico. Esta postura puede ser consciente o subconsciente. Este proceso de des-idealización se puede llevar al punto contrario de lo sublime, romper con las líneas de la definición y razonamiento lógico. Es este el concepto de lo abyecto.
Lo obsceno y abyecto se resiste a permanecer dentro del margen de lo simbólico e imaginario, se describe como aquella imagen en la que la mirada del objeto se sitúa demasiado cercana al sujeto que la observa. La intención de representar el sentimiento de lo real está ahí, pero la verdadera cuestión es;
¿Lo abyecto se puede representar?
Referencias Bibliográficas;
K. Marx, “Commodity Fetichism”
G. Bataille, “Histoire de l’œil”
H. Foster, “Obscene, Abject, Traumatic”