Otra historia de la eternidad: uróboros y viajes en los espejos

Como la escritura y la conversación, el pensamiento puede tomar muchas formas; el binarismo generalizado en nuestros tiempos me impulsa a concentrarme en dos de ellas: la lineal y la no lineal. Estos términos son muy ambiguos para reducir tantas posibilidades, pero nos sirven para hacer una diferencia con cada tipo de movimiento que las ideas puedan tomar.

La casa se ha visto transformada, en esta cuarentena de 2020, en una réplica de los dispositivos móviles y digitales. El flujo de ideas, pensamientos, deseos y perspectivas se ha desfigurado en un nuevo orden caótico al que el mundo pre-Internet nos puede sugerir. Este orden se ha manifestado con el avance tecnológico y la interacción masiva que vivimos en las redes sociales; se dictaminan cambios drásticos del movimiento en nuestro pensamiento colectivo y en la percepción de la realidad. La casa, la mente, son influidas por la configuración de los dispositivos digitales para asemejarse a su figura de contenedor, que funciona más como un encierro que como un lugar de refugio.

El pensamiento y la naturaleza de la actividad humana han sido modificadas a una extraña linealidad con cuerpo de círculo, debido a la incansable dinámica social trasladada a Internet —un espacio infinito dentro de recipientes físicos muy delimitados—, y a la que la cuarentena contribuye muchísimo. Una linealidad circular más bien estática, en contraposición a otra que no deja de moverse en un espacio que aún no termina de construirse.

Pero, ¿cómo la forma de contenedor de celulares, tablets, laptops, etc., modifican nuestra manera de pensar y percibir el mundo? Para responder esto, hablaremos desde ahora del pensamiento sedentario, y del nómada, tomando por sentado que a ambos los rige la cualidad espacio-temporal del uróboro.

El uróboro (también ouroboro o uroboro) (del griego οὐροβóρος [ὄφις], ‘[serpiente] que se come la cola’, a su vez de οὐρά, ‘cola’, y βόρος, ‘que come’) es un símbolo que muestra a un animal serpentiforme que engulle su propia cola y que forma un círculo con su cuerpo. El uróboro simboliza el ciclo eterno de las cosas, también el esfuerzo eterno, la lucha eterna o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo.

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Si entendemos el uróboro como ente moldeador del pensamiento sedentario y del nómada, aceptaremos su relación con la idea del Eterno Retorno. Es decir, atendemos al tiempo en su función determinadora de las variables posibles de los destinos y ciclos de todas las cosas en el universo. La condición cíclica de los objetos y la materia del tiempo nos incluye y nos enfrenta a lo que está más allá de nuestra razón: el presente como estado de primordial y único; el tiempo no es sucesivo: es pleno, permanente. Las órbitas de los habitantes del vasto cosmos y las vidas de los seres en bajo el cielo se rigen por un tiempo circular y cíclico, en el que una vida reemplaza a otra, al mismo tiempo que otras le acompañan paralelamente con el mismo destino (la muerte); el viaje de los planetas y otros cuerpos estelares comienza donde acaba, y continúa hacia el infinito. Entonces los detalles, lo específico y la individualidad se pierden en lo general: las cosas son eternas porque todo se repite; las variables de todas las cosas son finitas, como el número de átomos en el universo, pero se repiten infinitamente. La originalidad y lo auténtico son posibles monstruos intelectuales. Pero no podemos decir que las vidas y las identidades sean idénticas, si no, más bien, similares, análogas, agotadas por el tiempo. Ahí radica la eternidad.

El pensamiento sedentario ha sido dibujado por el carácter devorador y orbital del flujo de la información en el espacio digital. El consumo puede considerarse como el regente de la dinámica que tenemos con los dispositivos de Internet, como un motivo que sugiere el influjo del uróboro en su devoración cíclica y abominable. Lo orbital implica una ilusión de libertad de movimiento; un desplazamiento casi ilusorio.

La forma del espejo hace eco en la de las pantallas y monitores, en las que la información la recorren, pero sin alterarlas, en un infinito aparente. Este viaje se réplica, a su vez, en la interacción humana fuera de Internet, ya sea una experiencia individual o grupal. Nuestra mente ha sido reconfigurada para esperar que la naturaleza se adecúe a las normas del espacio digital.

El pensamiento nómada corresponde con la concepción de la realidad que contempla lo digital como una imitación insuficiente. En el universo mismo que contiene al Internet, el movimiento no es espejismo, porque el movimiento rige la materia y formula al tiempo, entretejido con instantes y lugares. Incluso la inmovilidad implica un desplazamiento por el tiempo: se ocupa el mismo sitio, pero no el mismo instante.

Nómada se escribe con aventura, desde un sentido humano, donde el estómago del uróboro contiene y amplía todas las historias. El flujo del caos compone la forma de nuestro cerebro y de las galaxias; el recorrido de nuestros pies comparte el impulso de los cometas, las crisálidas y las relaciones sexuales de los antiguos dioses.

El eterno retorno significa el eterno desplazamiento; retomar ese pensamiento quizás nos devuelva a la armonía de todas las cosas. La voluntad de la razón insiste en encaminarnos a elaborar imaginarios que se construyen y son destruidos para ser reemplazados por otros (solve et coagula), hasta que los primeros se repiten y son reemplazados por los siguientes de nuevo, en la ilusión de lo sucesivo, que decidimos llamar tiempo.

¿Podemos escapar de nuestro propio presente, de nuestro eterno retorno personal? Quizás sólo podemos imaginar las variables y decidir habitar alguna, o más de una, de manera simultánea, en lugares distintos, en presentes distintos. La naturaleza humana es plena; en el prólogo de su Historia de la eternidad, Borges escribió: “¿Cómo pude no sentir que la eternidad, anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucedido?”.

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